Del libro CONSTRUYE TU
DESTINO - WAYNE W. DYER
Respeta tus méritos para recibir
Para
ser un manifestador, para tomar literalmente parte en el proceso de creación de
tu vida y atraer aquello que desea tu corazón, tienes que saber que eres digno de recibir. Eso significará
examinar las actitudes que mantienes, consciente e inconscientemente, acerca de
tu vida. Lo que debes examinar son tus pensamientos, que son los arquitectos de
los cimientos de tu mundo material.
La
manifestación supone la utilización del poder de tu mundo interior para
establecer una relación plena con la vida y atraer hacia ti aquello que deseas.
Puedes recordarte continuamente que el poder que lo trajo todo al mundo físico
es el mismo que también te trajo a ti, pero si no te sientes digno, perturbarás
el flujo natural de la energía en tu vida y crearás un bloqueo que
imposibilitará la manifestación.
El
quinto principio está encaminado a recordarte que eres digno de obtener
abundancia. Si tus pensamientos se basan en una imagen de desmerecimiento, sea
cual fuere la razón, manifestarás lo que esos pensamientos imparten a la mente
universal. La energía descrita en el cuarto principio se alineará con aquello
que tú irradies. La frase «Un hombre es aquello que piensa» no son palabras
vacías. Expresan una verdad básica acerca de cómo funciona el universo.
Pensar
que la abundancia es incompatible con la espiritualidad es un mito que nos
influye a muchos de nosotros, y constituye el mayor impedimento para sentirse
merecedor de esa abundancia.
¿EGOISTA?
El mito
de que la abundancia y la espiritualidad son incompatibles se ve alimentado por
la idea de que es egoísta e impropio visualizar y desear cosas materiales.
Examinemos, pues, esta actitud y determinemos si también tú has llegado a
considerarla como cierta.
Echa un
vistazo a tu alrededor y observa la abundancia e infinitud de nuestro universo.
Se extiende mucho más allá de nuestra capacidad para imaginar su vastedad. Esta
abundancia fluye a partir de la misma energía que abarca nuestra esencia
fundamental. La abundancia eres tú. Tú eres ella. No te engañes.
El
espíritu se da a conocer a través de la forma material, mientras nosotros
mismos ocupamos una forma. El espíritu se manifiesta en los árboles, los
océanos, los peces, las aves, los minerales, las plantas, las flores y en ti.
Todo lo que ves a tu alrededor es una parte de la manifestación material del
espíritu. La materia no es una ilusión o algo que no debiera existir, sino un
medio necesario que permite al espíritu diferenciarse sobre el plano de la
existencia.
Tener
la sensación de que es egoísta o no espiritual el desear y manifestar, supone
dividir el mundo del espíritu y el mundo de la materia en polos opuestos. Al
considerar el espíritu como incompatible con la materia, negamos que el
espíritu que hay en la materia sea la energía a partir de la cual se origina. Y
con ello también negamos la validez de nosotros mismos como seres espirituales.
No hay
razón alguna para sentirnos avergonzados por desear que las cosas se
manifiesten en nuestra vida. Es mucho más positivo pensar que merecemos que
esas cosas se manifiesten y que estemos dispuestos a participar en la danza de
la creación. Al darnos cuenta de que juntos conforman un todo armonioso,
eliminamos el estigma del egoísmo. Del mismo modo que cada uno de nosotros
somos un todo armonioso compuesto de espíritu y materia, también lo es el
universo entero.
El
proceso de la vida que toma forma es un misterio. Ese misterio se ve gobernado
por una energía creativa que se puede conocer cuando nos sentimos genuinamente
merecedores de recibir sus bendiciones en forma material. La abundancia es lo
que caracteriza a la fuerza creativa en el universo. Tienes derecho a disponer
de abundancia entu vida y a irradiar prosperidad hacia todo lo que se encuentra
en tu mundo. Sintiéndote pequeño e insignificante lo único que conseguirás es
que eso se manifieste en tu vida.
Para
fomentar la actitud de que mereces abundancia, será útil examinar lo que
quieres cambiar con objeto de cultivar este conocimiento en el nivel celular de
tu ser.
LOS COMPONENTES
BÁSICOS DEL MERECIMIENTO
Todo
aquello que necesitas dominar para lograr que este quinto principio se
convierta en un modelo útil en tu vida lo tienes a tu disposición, en forma de
actividad mental. No necesitas salir al mundo y conquistar nada. Se trata,
simplemente, de cambiar tu mentalidad y convencerte a ti mismo de que mereces
recibir todas las bendiciones de Dios, ya sean materiales o de otro tipo.
Se han
hecho grandes esfuerzos por condicionarnos y hacernos sentir indignos de tener
todo aquello que ofrece la vida. La mayoría de nosotros hemos aceptado muchas
de las cosas que nuestros egos han puesto en nuestro camino, empezando por
nuestra llegada a este mundo como niños. Ciertamente, no hay nada de erróneo en
asumir una actitud de pobreza y ascetismo. Si ese es tu camino, lo sabrás en lo
más profundo de tu ser, y sabrás igualmente que Dios se manifiesta en todas las
cosas, tanto materiales como inmateriales. No tiene ningún sentido calificar el
espíritu de mejor o peor, basándose en las creaciones de Dios que cada uno
elige tener en su vida.
Sentirse
merecedor de cualquier bendición o deseo es una característica de tu vida
interior. Para eliminar el estigma del egoísmo materialista, quizá necesites
reacondicionar tus propias percepciones internas. A continuación se indican las principales percepciones de los seres
que saben que son dignos y merecedores de la bendición de Dios.
1. Mi
autoestima procede de mí mismo. La afirmación de la percepción interna de la
persona que piensa así puede ser más o menos la siguiente: «Como hijo de Dios, soy digno.
No estoy dividido en espíritu y cuerpo, sino que más bien formo parte de la
creación que lo conoce todo, llamada Dios. Soy un humano que expresa a Dios sin
reservas ni restricciones».
Una de
las razones por las que los niños son capaces de expresar a menudo genio es
porque todavía no han sido hipnotizados por la idea de ser limitados. Si son
capaces de resistirse a ese hechizo hipnótico, siguen siendo genios y pueden
expresar su yo ilimitado a través de sus vidas en la tierra.
Sucede
con frecuencia que son las ideas de otros egos las que nos hacen sentir
indignos. Escuchamos las advertencias de personas que tienen una baja
autoestima, y que intentan ejercer influencia y poder sobre nosotros. Aceptamos
entonces las convalidaciones externas de nuestra falta de merecimiento y
empezamos a vernos tal como otras personas importantes quisieran hacernos creer
que somos. La mayoría de los niños pequeños no pueden resistirse a estas ideas.
Pero, como adultos, podemos mirar hacia atrás, y liberarnos de esa idea absurda
que nos han inculcado.
Debes
saber que formas parte de la luz que ilumina a todo hombre. Eres una
demostración palpable de la existencia de Dios y llevas a Dios dentro de ti
mismo, en tu propia individualidad particularizada. En consecuencia, debes
decir con total convicción: «Dios está
en mí y yo estoy en Dios». Esta es la verdad que te liberará de tus
sentimientos de indignidad, y te permitirá atraer todo aquello que deseas.
Piensa
que tus deseos de manifestar son algo que ha sido colocado ahí por el espíritu,
y que esos deseos, alojados en el amor y en el servicio, son precisamente lo
que Dios desea darte, y que tu deseo es el camino directo para recibir tales
bendiciones. Rechaza la idea de que el deseo es egoísta y recuerda que si no
tuvieras deseos, seguirías llevando una existencia infantil, rodeado de
juguetes.
Cada
vez que te sientas indigno de recibir tus manifestaciones, recuerda que nadie
es indigno y que la misma energía divina que fluye a través de ti, fluye
también a través de todos los hijos de Dios. Todos somos dignos, incluido tú.
Tus
deseos son la herramienta que te permite crecer y experimentar la perfección
del universo. Te llevarán más allá de cualquier limitación que hayas podido
asumir y te conducirán hacia una conciencia espiritual más elevada. Hasta la
idea de alcanzar iluminación y llegar a ser un maestro es un deseo que debes
respetar.
Me
acepto a mí mismo sin reparos. Una persona que se acepta a sí misma de esta
manera piensa algo así: «Estoy dispuesto
a afrontar todo lo que se refiere a mí mismo, sin caer en el autodesprecio y
sin repudiar mi valor esencial como una pieza de Dios».
Debemos
aceptarnos de modo incondicional a nosotros mismos. Aceptarse a uno mismo no significa aceptar necesariamente todo
tipo de comportamientos. Se trata más bien de una
negativa a participar en actos saboteadores de autodesprecio. Si te rechazas a
ti mismo, no podrás sentirte digno de la munificencia del universo. Tu energía
se centra en lo que hay de erróneo en ti, y te lamentas ante ti mismo y ante
cualquiera que esté dispuesto a escucharte.
Has
aparecido aquí en un cuerpo específico, dotado de unas ciertas características
físicas, con ciertas medidas y unos padres y hermanos concretos. Esta es tu
realidad en el plano físico, y se necesita una gran voluntad para mirarse a uno
mismo y decir: «Acepto esto sin
quejarme».
Si no
estás dispuesto a hacer tal declaración, tu fuerza interior se verá socavada
por la cólera, la culpabilidad, el temor y el dolor, todo lo cual, combinado,
soslaya la posibilidad de que tus deseos se manifiesten. Recuerda que la idea
de atraer las cosas hacia uno mismo se basa en la idea de que «Aquello que
debería ser... ya está aquí». Tu deseo ya está aquí y sólo puede fluir hacia tu
vida inmediata si tú te muestras abierto a que así suceda. Esos pensamientos de
autodesprecio te impiden situar en el universo el conocimiento y la energía
amorosa que van a trabajar para ti.
La
autoaceptación no es nada más que un cambio en la conciencia. Sólo exige un
cambio de mentalidad. Si se te cae el cabello, tienes la alternativa de
disimularlo, preocuparte o aceptarlo. La aceptación significa que, en realidad,
no tienes que hacer nada al respecto. Simplemente, respetas tu cuerpo y la
inteligencia divina que está obrando sobre ti. Cuando algún otro te indica que
tienes un problema porque se está cayendo el pelo, ni siquiera te preocupas por
la observación. La aceptación elimina de un plumazo la etiqueta de «problema».
No se
trata aquí de una actitud fingida. Lo que haces es, simplemente, apartar al ego
de tus valoraciones internas, centradas en la aprobación de los demás. Gracias
a la autoaceptación, puedes decir honestamente: «Soy lo que soy y lo acepto».
Una vez que hayas instalado firmemente esta actitud, desde una postura de
honestidad contigo mismo, la certeza de que mereces recibir los dones del
universo estará alineada con ese divino poder.
El
autorechazo, en cambio, provoca un desajuste en la alineación con tu divinidad.
Sólo tú puedes efectuar ese cambio. Se trata simplemente de cambiar tu
percepción interna.
3. Acepto
plenamente la responsabilidad por mi vida, por lo que es y lo que no es. Eso
supone la eliminación de nuestra fuerte inclinación, dominada por el ego, a
echar a los demás la culpa por aquello que no hay en nuestras vidas.
Asumir plenamente la responsabilidad significa tener conciencia del poder
inherente a uno mismo.
En
lugar de decir: «Me han hecho tal como soy ahora», piensa más bien: «Elegí ser
pasivo y temeroso cuando estoy con otras personas». Y eso se aplica a todas y
cada una de las facetas de tu personalidad y de las circunstancias de tu vida.
Estar
dispuesto a aceptar plenamente la responsabilidad sobre ti mismo, te coloca en
la postura de ser digno de recibir y atraer aquello que deseas. Si algún otro
fuera el responsable de tus defectos y le achacaras a él tus problemas,
estarías diciendo con ello que para manifestar el deseo de tu corazón necesitas
obtener el permiso de esa otra persona. Este acto de abdicación de la propia
responsabilidad destruye la capacidad para capacitarse a uno mismo hasta
alcanzar niveles superiores de conciencia.
Al
saber que eres responsable de cómo reaccionas ante cada situación de la vida, y
que estás a solas contigo mismo, puedes situar en el universo, de un modo muy
íntimo, aquello que deseas manifestar en ti mismo. Sin embargo, al echar la
culpa a los demás de las situaciones que se produzcan en tu vida, desplazas el
poder hacia esas otras personas, a las que consideras responsables de crear
esas circunstancias.
Yo
mantengo un diálogo interior privado con el universo acerca de las
circunstancias que surgen en mi vida. Parto de la postura de que no son en modo
alguno accidentes, de que todo lo que me ocurre conlleva una lección y que he
sido yo el que lo ha hecho aparecer en mi vida. Por absurdo e incongruente que
pueda parecer, me digo a mí mismo: «Por qué he creado esto en este preciso
momento?».
Así
pues, si tengo un pensamiento negativo y en ese mismo instante me golpeo la
cabeza con la puerta de un armario de la cocina, me digo: «¿En qué estaba
pensando en este momento?», y asumo plenamente la responsabilidad de corregir
esos pensamientos negativos, así como el golpe que me ha recordado la necesidad
de corregir esa forma de pensar. Hago lo mismo cuando estoy escribiendo. Si me
siento inclinado a acudir al buzón de correos antes de ponerme a escribir, sigo
esa señal interna y a menudo me encuentro en el correo con un artículo que me
clarifica un punto sobre el que me sentía confuso. Asumo la responsabilidad de
saber que aquello que necesitaba estaba ahí, y de dejarme guiar por la voz
interior de mi intuición.
Este
pequeño juego me sirve para asumir plenamente la responsabilidad por mi vida y
erradicar la inclinación a achacar la culpa a otras personas o a las
circunstancias. Confío en mi sabiduría interior, y en las aparentes
casualidades, y sé que yo soy el responsable de todo eso. A medida que se ha
ido desarrollando ese sentido de la responsabilidad, me resulta cada vez más
difícil achacar a alguien lo que sucede en mi vida, desde las cosas más nimias,
como darme un golpe o producirme un corte, o que otros no acudan a tiempo a una
cita, hasta las grandes decepciones y mi relación con mi esposa y con el resto
de mi familia; asumo la plena responsabilidad por todo ello.
Confío
en la sabiduría divina que se ha particularizado en mí y que permite que estas
cosas se produzcan. Me niego a cuestionar esa sabiduría y a atribuir a otros mi
buena o mala suerte. Lo acepto todo como parte del papel que tengo en el
universo, sin quejarme.
La
voluntad de responsabilizarte de ti mismo sin quejarte te sitúa en el flujo
natural de toda la energía divina. Eso te evita tener que luchar contra el
mundo, y avanzar con él. Todo aquello de lo que te quejes implica que
figurativamente has de tomar las armas para combatirlo. Y todo aquello contra
lo que necesites luchar no hace sino debilitarte, mientras que todo aquello
sobre lo que estés a favor, te capacita.
Te
estoy pidiendo que seas tú mismo. Al asumir una actitud responsable te darás
cuenta de que los cielos son extraordinariamente cooperativos. Conseguir que
los cielos cooperen significa alejarse de la mentalidad proclive a quejarse, y
aceptar la más plena responsabilidad sobre uno mismo.
4. Elijo
no aceptar la culpabilidad en mi vida. Esta actitud mental crea pensamientos
como: «No desperdiciaré la preciosa mone da de mi vida, mi existencia actual,
inmovilizado por la culpabilidad por lo que ocurrió en el pasado».
Esta
declaración exige conocer la diferencia entre a) arrepentirse de verdad y
aprender del pasado, y b) pasarse la vida haciéndose reproches y sintiéndose
culpable. Aprender de los propios errores y emprender acciones correctoras son prácticas
espiritual y psicológicamente sanas. Hiciste algo, no te gustó cómo te sentiste
después, y decides no repetir ese comportamiento. Eso no es culpabilidad. La
culpabilidad aparece cuando continúas sintiéndose inmovilizado y deprimido, y
esos sentimientos te impiden vivir en el presente.
Al
dejarte agobiar por la culpabilidad, llenas tu energía de angustia y reproche.
Te haces tantos reproches que no te sientes merecedor de recibir las
bendiciones del universo o de cualquiera que forme parte de él. Los
sentimientos persistentes de culpabilidad te impedirán manifestar nada que
valga la pena porque estarás atrayendo hacia ti esas mismas cosas que sitúas en
el universo. Cuanto mayor sea la angustia, más razones tendrás para sentirte
mal y más pruebas encontrarás para demostrar que no eres merecedor de lo que
deseas.
Cuando
utilizas tus comportamientos del pasado para aprender de ellos y sigues
adelante, al margen de lo horribles que te hayan parecido, te liberas de la
negatividad que rodea esas acciones. Perdonarse a uno mismo significa que puede
extender el amor hacia sí mismo, a pesar de haber percibido dolorosamente las
propias deficiencias.
Una vez
aprendida esta valiosa lección, buscas también el perdón de Dios. Pero si
continúas abrigando el dolor en tu interior, te sentirás indigno del perdón de
Dios y, en consecuencia, no podrás aceptar ninguno de tus derechos divinos,
como hijo de Dios.
No
importa qué es lo que no te gusta de ti mismo, incluidos tus comportamientos y
tu aspecto, pero para tener éxito a la hora de la manifestación necesitas
amarte a ti mismo a pesar de los defectos que puedas encontrarte. Por ejemplo,
si sufres crónicamente de un exceso de peso, o eres adicto a alguna sustancia,
tus frases internas de culpabilidad serán aproximadamente del siguiente tenor:
«Voy a amarme realmente a mí mismo cuando finalmente alcance un peso normal», o
bien: «Me valoraré verdaderamente a mí mismo como un ser humano digno cuando
haya superado finalmente esta adicción de una vez por todas».
Las
frases de culpabilidad no hacen sino reforzar una actitud de desmerecimiento, e
inhiben el proceso de la manifestación. Tienes que cambiar estas frases y
decirte a ti mismo cosas como: «Me amo a mí mismo aunque tenga exceso de peso.
En primer lugar, yo no soy este exceso de peso y me niego a pensar en mí mismo
en términos autodegradantes, independientemente del estado de mi cuerpo. Soy
amor y extiendo ese amor a todo lo que soy». Esta misma clase de programación
interna tiene que producirse en el caso de las adicciones o de cualquier otra
cosa por la que te sientas culpable.
Hay 483.364 palabras en Curso
de milagros. La expresión «manténte alerta» sólo aparece una vez: «Manténte
alerta ante la tentación de verte a ti mismo como injustamente tratado». La
advertencia alude a la necesidad de eliminar la culpabilidad y asumir la
responsabilidad por la propia vida. Al eliminar la inclinación a revolcarse en
la autocrítica, también eliminamos la idea de que nos redimiremos gracias al
sufrimiento en el momento presente, y de que podemos pagar por nuestros pecados
con culpabilidad. La vida no funciona de ese modo. Tus sufrimientos te
mantienen en un estado de temor e inmovilidad. Y esa no es la solución para los
problemas de tu vida.
Existe,
sin embargo, una solución, que consiste en amarse a uno mismo y en pedir a Dios
que esos «defectos» no sean más que lecciones que te permitan alcanzar un nuevo
nivel espiritual. Al negarte a aceptar la idea condicionada de que la
culpabilidad es buena, de que mereces sentirte culpable y de que la
culpabilidad te ayudará a expiar tus pecados, refuerzas la idea de ser
merecedor de cualquier deseo que quieras manifestar en tu vida.
5.
Comprendo la importancia de que haya armonía entre mis pensamientos, mis
sentimientos y mi comportamiento. En la medida en que seas incongruente en
cualquiera de estos tres ámbitos, el pensamiento, el sentimiento o el
comportamiento, impedirás que se produzca el proceso de la intensificación de
la conciencia y la capacidad para manifestar el deseo de tu corazón.
Este es
el último de los cinco puntos que favorecen la aparición del sentimiento de que
mereces recibir en tu vida la munificencia de Dios. Es también el más
importante porque define tu nivel de integridad. Tener pensamientos acerca de
cómo te gustaría dirigir tu vida, postular esos pensamientos como tu forma esencial
de ser, y luego sentirse culpable, temeroso, angustiado o cualquier otra cosa
como consecuencia de no haber estado a la altura de estos ideales, tiene como
consecuencia un comportamiento adictivo, manipulador y contraproducente.
Para
ser congruente debes ser honesto contigo mismo. Es crucial que examines tus
pensamientos y proclames con franqueza qué es lo que eliges saber en tu
interior. Aunque alguna otra persona perciba eso como una deficiencia, si eres
honesto contigo mismo descubrirás que tus reacciones emocionales son
consecuentes con tu mundo interior.
Sentirás
paz y satisfacción y eso se pondrá de manifiesto entu comportamiento. Esto es
válido para prácticamente todo lo que afecte a tu vida, y se aplica a tus
pensamientos sobre la salud, las relaciones con los demás, la prosperidad,
Dios, el trabajo, la diversión y lo que sea. Si estos pensamientos se hallan
enraizados en el amor y sabes honestamente que estás aquí para expresar amor,
amabilidad y perdón hacia ti mismo, hacia tu trabajo, tus compañeros, hacia el
dinero que recibes, tus creencias espirituales, etcétera, estarás en armonía y
recibirás con agrado las bendiciones que resultan de tu conducta personal en estas
cuestiones.
No obstante,
si abrigas estos pensamientos y no actúas de acuerdo con ellos en el trabajo
cotidiano de tu vida, sentirás que tu comportamiento es incongruente y, en
consecuencia, no tendrás la sensación de merecer el cumplimiento de tus deseos.
Si
sigues siendo incongruente, el comportamiento adictivo se mantendrá en tu vida.
También los hábitos alimenticios poco saludables o las deficiencias que
encuentres en ti mismo. Se trata de una afirmación un tanto fuerte, pero no
hace sino reflejar la necesidad de que asimiles determinados conceptos si
quieres sentirte merecedor.
No
tienes que adoptar ninguna práctica espiritual o conjunto de creencias
concretas. Tienes que crear un sentido de congruencia dentro de ti mismo para
poder alcanzar ese estado de merecimiento, que es un requisito indispensable
para el proceso de la manifestación. Si te ves carcomido por dentro, en ese
rincón íntimo de conciencia al que no llega nadie más que Dios, tu
comportamiento contraproducente no hará sino confirmar tu falta de congruencia interna.
Al ser
honesto contigo mismo acerca de lo que crees, y actuar de acuerdo con tus
principios, al margen de lo que puedan pensar o decir otros, promueves una
sensación de paz interior que te transmite un fuerte sentido de merecimiento.
Te animo a examinar cuidadosamente tus pensamientos en todos los ámbitos de tu
vida, y a identificar aquellos que no estén en armonía con tus acciones. Luego,
trabaja cada día para alcanzar un mayor grado de congruencia interna que
satisfaga tus propias normas personales, y guárdate este proceso para ti mismo.
Verás entonces que los comportamientos que te disgustan empiezan a desaparecer
y que promueves una sensación de equilibrio que te aporta paz. No hay nada que
tu yo superior desee más que la paz. La paz te hará sentirte digno de las más
ricas bendiciones de Dios, y al irradiar eso hacia el mundo exterior, este te
devolverá lo mismo.
Estas
cinco actitudes te proporcionan las herramientas para crear en tu interior un
ambiente que propicie tu sensación de merecimiento. Todas ellas reflejan la
capacidad para vivir pacíficamente en el momento presente, y para descartar
muchas de las actitudes del pasado que te mantuvieron en un estado constante de
incapacitación y te hicieron sentir indigno de manifestar más bendiciones y felicidad
en tu vida. Esos sentimientos persisten a menudo porque te hallas encerrado en
la historia de tus primeras heridas. Para finalizar el camino que conduce al
merecimiento, tienes que cortar tu relación con esas viejas heridas.
DESVINCÚLATE
DE LAS HERIDAS DE TU PASADO
La
inclinación a vincularnos con nuestras heridas, en lugar de dejarlas atrás,
hace que experimentemos constantemente la sensación de no ser dignos. Una
persona que haya experimentado acontecimientos traumáticos en la vida, como una
violación sexual, la muerte de seres queridos, enfermedades traumáticas,
accidentes, rupturas familiares, drogadicciones y otras cosas similares, puede
llegar a vincularse con los dolorosos acontecimientos del pasado y rememorarlos
para llamar la atención o despertar lástima en los demás. Esas heridas de
nuestras vidas parecen darnos una gran cantidad de poder sobre los demás.
Cuanto
más les hablamos a otros sobre nuestras heridas y sufrimientos, tanto más
creamos un entorno de compasión por nosotros mismos. Nuestro espíritu creativo
permanece tan conectado con los recuerdos de nuestras heridas que no puede
dedicarse a transformar y manifestar. El resultado de ello es la sensación de
desmerecimiento, de no ser digno de recibir todo aquello que se deseas.
Sucede
a menudo que la narración de esos males va acompañada al principio por una
especie de necesidad de que el interlocutor sepalo horrible que fue y sigue
siendo la herida sufrida. Al cabo de un rato el ego utiliza esta energía en una
especie de juego de poder, en situaciones tanto individuales como de grupo,
para estimular la discusión sobre lo duro que ha sido superar esa herida. Eso
puede impedir que el individuo avance espiritualmente, reforzando la imagen de
desvalido que tiene de sí mismo.
La
tendencia a vincularnos con las heridas de nuestras vidas nos recuerda lo poco
merecedores que somos de recibir nada de lo que realmente nos gustaría tener,
debido a que permanecemos sumidos en un estado de sufrimiento. Cuanto más se
recuerdan y se repiten estas historias dolorosas, tanto más tiene garantizado
esa persona que no atraerá la materialización de sus deseos.
Quizá
la frase más poderosa que puedas llegar a memorizar en este sentido sea: «Tu
biografía se convierte en tu biología». A la que yo añadiría: «Tu biología se
convierte en tu ausencia de realización espiritual». Al aferrarte a los traumas
anteriores de tu vida, impactas literalmente sobre las células de tu cuerpo. Al
examinar la biología de un individuo, es fácil descubrir en ella su biografía.
Los pensamientos angustiosos, de autocompasión, temor, odio y otros similares,
cobran un peaje sobre cl cuerpo y el espíritu. Al cabo de un tiempo, el cuerpo
es incapaz de curarse, debido en buena medida a la presencia de esos
pensamientos.
El
apego al dolor sufrido en los primeros años de la vida procede de una
percepción mitológica según la cual «tengo derecho a una infancia perfecta,
libre de dolor. Utilizaré durante el resto de mi vida cualquier cosa que
interfiera con esta percepción. Contar mi historia será mi poder». Lo que hace
esta percepción es darle permiso al niño herido que llevas dentro para
controlarte durante el resto de tu vida. Además, te proporciona una fuerte
sensación de poder ilusorio.
En el
momento en que alguien se te enfrenta, se interpone en tu camino o incluso no
está de acuerdo contigo, la vieja herida pasa a ocupar un primer plano con
acusaciones de insensibilidad relativas a la forma en que te trata el otro.
Este poder, sin embargo, está vacío porque no hace sino reforzar continuamente
la idea de que no eres digno de verte libre de esos acontecimientos. Tu
indignidad inhibe tu capacidad para atraer a tu vida la amabilidad y la
abundancia que hay en el universo.
Esto,
sin embargo, no significa que no debamos afrontar los traumas y ayudarlos a
curar. Significa que tenemos que ser muy cuidadosos para evitar explicar
nuestra vida actual en términos de una historia traumática anterior. Los
acontecimientos dolorosos de nuestras vidas son como una balsa que se utiliza
para cruzar el río. Debes recordar bajarte una vez que hayas llegado a la otra
orilla.
Observa
tu cuerpo cuando has sufrido una herida. Una herida abierta se cierra en
realidad con bastante rapidez. Imagina cómo serían las cosas si esa herida
permaneciera abierta durante mucho tiempo. Se infectaría y, en último término,
acabaría por matar a todo el organismo. El cerrar una herida y permitir que
cure puede actuar del mismo modo en los pensamientos de tu mundo interior.
Así
pues, no lleves contigo tus heridas. Afróntalas y pide a la familia y a los
amigos que sean compasivos mientras te recuperas. Luego, pídeles que te lo
recuerden amablemente cuando se convierta en una respuesta predecible. Quizá en
cuatro o cinco ocasiones tus amigos y personas queridas te dirán: «Sufriste una
experiencia trágica y comprendo perfectamente tu necesidad de hablar de ello.
Me importa, te escucho y te ofrezco mi ayuda si eso es lo que deseas». Después
de varias situaciones de este tipo, pídeles que te recuerden amablemente que no
debes repetir la historia con el propósito de obtener poder a través de la
compasión de los demás.
Al
retroceder en tu camino y reavivar continuamente tu dolor, incluyendo la
descripción de ese dolor y la calificación de ti mismo (superviviente de un
incesto, alcohólico, huérfano, abandonado), no lo haces para sentirte más
fuerte. Lo haces debido a la amargura que estás experimentando. Esa amargura se
pone de manifiesto en forma de odio y cólera al hablar de esos acontecimientos,
con lo que no haces sino alimentar literalmente el tejido celular de tu vida a
partir de tu cosecha de acontecimientos del pasado.
Eso
hace que se extienda la infección e impide la curación. Y lo mismo sucede con
el espíritu. Esta cosecha de amargura te impide sentirte merecedor. Empiezas a
cultivar entonces una imagen sucia, de criatura desafortunada, desmerecedora y
difamada, y eso es lo que envías al universo, lo que inhibirá cualquier
posibilidad de atraer el amor y la bendición a tu vida.
Aquello
que te permitirá desvincularte de tus heridas es el perdón.El perdón es lo más
poderoso que puedes hacer por tu fisiología y por tu espiritualidad, a pesar de
lo cual sigue siendo una de las cosas menos atractivas para nosotros, debido en
buena medida a que nuestros egos nos gobiernan de un modo inequívoco. Perdonar
se asocia de algún modo con decir que está bien, que aceptamos el hecho
perverso. Pero eso no es perdón.
Perdón
significa llenarse de amor e irradiar ese amor hacia el exterior, negándose a
transmitir el veneno o el odio engendrado por los comportamientos que causaron
las heridas. El perdón es un acto espiritual de amor por uno mismo, y envía a
todo el mundo, incluido tú mismo, el mensaje de que eres un objeto de amor y
que eso es lo que vas a impartir.
En eso
consiste el verdadero proceso de desvinculación de las heridas, de no seguir
aferrándose a ellas como preciadas posesiones. Significa renunciar al lenguaje
de la culpa y la autocompasión, y a no seguir adelante con las heridas del
pasado. Significa perdonar íntimamente sin esperar que nadie lo comprenda.
Significa dejar atrás la actitud del ojo por ojo que sólo causa más dolor y la necesidad
de más venganza, sustituyéndola por una actitud de amor y perdón. Esta forma de
actuar es alabada en la literatura espiritual de todas las religiones.
Sentirse
digno es esencial para poder atraer aquello que se desea. Es, simplemente, una
cuestión de sentido común. Si no tienes la sensación de merecer algo, ¿por qué
te lo va a enviar la energía divina que está en todas las cosas? Así pues,
tienes que cambiar y saber que tú y la energía divina sois una sola cosa, y que
es tu ego el que se confabula para impedirte utilizar este poder en tu propia
vida.
A
continuación se indican algunas de las grandes actitudes y comportamientos que
puedes incorporar a tu conciencia para facilitar el crecimiento de tus
sentimientos de merecimiento.
UN PLAN
QUE TE AYUDARÁ A VER QUE ERES DIGNO DE RECIBIR Y ATRAER DESDE LA FUENTE DIVINA
Las siguientes
sugerencias representan un plan paso a paso para intensificar tu receptividad al
poder de la manifestación en tu vida. Si lo pones en práctica, no cabe la menor
duda de que te sentirás digno de la bendición del espíritu divino que lo abarca
todo.
• La palabra «inspiración»
significa literalmente «estar infundido de espíritu», o en el espíritu, si se
quiere.
Practica
hacer aquello que te guste, y procura que te guste lo que haces cada día. Si
vas a hacer algo, concédete el beneficio de no quejarte y, en lugar de eso,
muestra cariño por esa actividad. Tu lema aquí ha de ser: «Me gusta lo que
hago, y hago lo que me gusta». Eso te sitúa «en el espíritu» y te proporciona
literalmente el entusiasmo para ser un receptor digno de la gracia de Dios. La palabra entusiasmo procede de la raíz
griega entheos, que significa, literalmente, «estar lleno de Dios».
Haz
todos los esfuerzos posibles por eliminar de tu vocabulario y de tu diálogo
interior los hábitos internos de pesimismo, negatividad, juicio, quejas,
murmuraciones, cinismo, resentimiento y crítica destructiva. Sustitúyelos con
optimismo, amor, aceptación, amabilidad y paz como forma de procesar tu mundo y
a las personas que hay en él.
Al
margen de lo mucho que te sientas tentado de retroceder hacia hábitos cínicos,
recuerda que esa es la energía que estás enviando al mundo, y que con ello transmites
un mensaje que bloquea la energía que te devolverá lo que deseas. Si estás
lleno de negatividad, te encuentras desequilibrado y tus resentimientos indican
que no te sientes digno o preparado para aceptar la energía amorosa que deseas.
Procura
encontrar cada día un momento de tranquilidad para erradicar los sentimientos
de indignidad. Ese tiempo de oración o meditación, o de experimentar
simplemente el silencio, alimentará tu alma y eliminará finalmente todas las
dudas que puedas abrigar acerca de no merecer el ser beneficiario de la
abundancia del universo.
Lee
literatura espiritual y poesía, y escucha música clásica suave siempre que te
sea posible. He descubierto que el simple hecho de leer la poesía de Walt Whitman,
de Rabindranath Tagore o de Rumi, hace que todo se sitúe en una perspectiva más
sagrada para mí.
Leer
las grandes enseñanzas de los maestros es como realizar una tarea espiritual en
casa. Entre ellas se incluyen el Nuevo Testamento, Curso de milagros, la Torah,
el Corán y el Bhagavad Gita. Estas grandes obras son una forma de estar en el
espíritu (inspirado) y de disolver las dudas sobre si mereces o no materializar
en tu vida aquello que deseas.
El
siguiente y hermoso poema de El profeta, de Jalil Gibran, es un ejemplo de esta
clase de literatura. Lo incluyo aquí para que lo estudies. Prestauna particular
atención a las palabras «Vuestros corazones conocen en silencio los secretos de
los días y las noches», y «Pues el alma recorre todos los caminos». Estos son
los pensamientos que he resaltado a lo largo de todo este libro, al tratar de
animarte a conocer tu propia dignidad divina.
Sobre
autoconocimiento
De El profeta,
de Jalil Gibran (1923)
Y un hombre dijo: háblanos del autoconocimiento.
Y él contestó, diciendo:
Vuestros corazones conocen en silencio los secretos
de los días y las noches.
Pero vuestros oídos ansían el sonido
del conocimiento de vuestros corazones.
Conoceréis con palabras aquello que siempre habéis conocido en
vuestro pensamiento.
Tocaréis con vuestros dedos
el cuerpo desnudo de vuestros sueños.
Y está bien que lo hagáis.
La fuente oculta de vuestra alma
tiene que brotar y correr
murmurante hacia el mar;
y el tesoro de vuestras profundidades infinitas
será revelado ante vuestros ojos.
Pero que no haya balanzas donde pesar
vuestro desconocido tesoro;
Y no busquéis las profundidades de vuestro conocimiento con el
bastón o el sonido.
Pues el sí mismo es un mar ilimitado e inconmensurable.
No digáis «He encontrado la verdad», sino más bien,
«He encontrado una verdad».
No digáis «He encontrado el camino del alma».
Decid más bien «He encontrado el alma caminando
por mi camino».
Pues el alma camina por todos los caminos.
El alma no sigue una línea,
ni crece como un junco.
El alma se despliega a sí misma,
como un loto de innumerables pétalos.
PROCURA RODEARSE EN LA MEDIDA
DE LO POSIBLE DE COSAS BELLAS.
Escribo
estas palabras en la isla Marco, al sudoeste de Florida. Cada atardecer, dejo
la máquina de escribir y salgo a la playa, para experimentar la magnificencia
de la puesta del sol sobre el golfo de México. Cada vez que participo en este
ritual diario, me siento lleno de respeto ante la enorme energía implicada en
el movimiento de la tierra alrededor del sol. Respiro esa energía, y me siento
agradecido por el hecho de formar parte de toda esta belleza.
Formar
parte cada atardecer de esta puesta de sol me hace sentir que estoy en mi
hogar, más allá de este planeta y me abre a la naturaleza más profunda que hay
dentro de mí mismo. Jamás podría sentirme desmerecedor de la gracia y la
munificencia del universo cuando me hallo inmerso en esta belleza. Lo mismo
sucede al experimentar virtualmente cualquier belleza: tienes latendencia a
eliminar la duda acerca de la propia divinidad y de la conexión con la verdad
última que hay en todo y en todos.
Y
Practica la amabilidad para contigo mismo y para con los demás, con toda la
frecuencia que te sea posible.
Abandona
tu necesidad de tener razón y de ganar; en vez de eso, sé amable, y pronto
conocerás la bendición de la paz interior. Recuerda que tu yo superior sólo
desea paz. Al practicar la amabilidad, la paz aparece inmediatamente. Al estar
en paz contigo mismo y con tu mundo, sabes que eres un digno receptor de todo
lo que se cruza en tu camino. Empiezas
a confiar entonces en la energía que aporta la realización de tus deseos.
Si te
encuentras en un estado de confusión y, en consecuencia, te preocupa ganar o
perder, te hallas a merced de tu propio ego, al que le encanta la confusión.
Toda esa confusión interna hace que te cuestiones a ti mismo y tu valía en
comparación con otros. Y eso trae consigo la duda acerca de si eres o no digno
de recibir y manifestar.
Ponte
la meta de ser cada día amable con los demás, al menos una vez, y extiende ese
mismo privilegio hacia ti mismo, tanto como te sea posible. Siempre tienes una
alternativa acerca de cómo va a reaccionar tu espíritu. La alternativa de la
culpabilidad, la preocupación, el temor o el juicio no es más que un
pensamiento que se transfiere a tu fisiología. Cuando tu yo físico se ve desequilibrado
por estas emociones, te sientes demasiado enfermo e infeliz como para pensar
siquiera en participar en el acto de la cocreación de una vida bienaventurada.
Te saboteas a ti mismo, y todo por la falta de voluntad para ser amable contigo
mismo y con los demás.
Empieza
a considerar el universo como un lugar amistoso, antes que enemistoso. Sitúa en
la categoría de «lecciones» todas las heridas de las fases anteriores de tu
vida. Deja de verte condicionado por esas heridas y de convertirlas en un
brazalete identificativo.
Desvincúlate
de la actitud de que este mundo es maligno, está lleno de gente mala, y
empieza, hoy mismo, a buscar el bien en la gente con la que te encuentres.
Recuerda que, por cada acto de maldad, hay millones de actos de amabilidad. Este
universo funciona con la energía de la armonía y el equilibrio. Inspira para
absorber esa energía y elimina de tu mente y tu corazón la idea de que eres una
víctima. Toda vinculación con tus traumas crea una toxicidad celular en tu
cuerpo y un envenenamiento espiritual de tu alma.
•
Repítelo una y otra vez, hasta que quede bien grabado: «Soy lo que soy, y soy
digno de la abundancia que hay en el universo, y de todo lo que hay en él,
incluido yo mismo».
Te
encuentras ahora en el camino de saber que eres merecedor de atraer y
manifestar en tu mundo. Eres consciente de tu yo superior. Confías en ti mismo
y en la sabiduría divina que te ha creado. Sabes que no estás separado de tu
entorno, y que dentro de ti existe el poder para atraer.
El
siguiente principio se refiere a la energía del amor y a lo importante que es
conocerla y experimentarla en todo tu ser, antes de empezar a aplicar los tres
últimos principios de la manifestación.
Mira
BAI
ESTE LIBRO TRAE ESTOS CAPITULOS SI GUSTAS
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